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YouTube: el espejo negro donde aprendí a sostener el final

  • 28 jun
  • 2 Min. de lectura

YouTube es mi nuevo target de fuga.

Y cuando digo fuga, no me refiero a entretenimiento, ni siquiera a distracción.

Me refiero a ese impulso casi indetectable de salirme del presente justo antes de tocar algo verdadero.


Ese momento exacto en el que estoy a punto de terminar una idea, enviar una propuesta, decidir un cambio, darle forma final a algo que lleva demasiado tiempo dentro.


Ahí… justo ahí, entro en YouTube. Sin pensarlo. Como si el cuerpo quisiera esquivar un abismo invisible.


Desinstalarlo no fue un gesto dramático.

Fue silencioso, casi torpe. Una noche cualquiera, sin ceremonia.


Pero fue intenso, no en la mente —en el cuerpo.

Un vacío, como si una conexión interna se hubiese cortado sin previo aviso.

Y recordé perfectamente cuando me pidió entregarme. Fue en Nueva York en el 2012. Mariana.

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Supe lo que venía, como si viajara del futuro con la información que ahora tengo:

Cálmate. Edúcate, entretente.

Sentí abstinencia, no a la plataforma, sino al papel que jugaba.

Un puente para evitarme.



En medio de eso, una conversación con Anna iluminó de nuevo un plano.


Dijo:


“A veces culparse por ver Instagram, es como culparse por tener fiebre o dolor de rodilla... Hay que ir a la raíz e identificar la verdadera necesidad para atenderla.”

Y ahí se abrió otra capa. Me habló de dopamina, sí. Pero también de raíz. De regulación emocional. De cómo lo que llamamos adicción muchas veces es un sistema de protección mal entendido.

Un reflejo. Una forma de equilibrio que ya no sirve pero sigue actuando.


Pensé mucho en eso y sentí que había algo profundamente cierto. En voluntad que me faltaba, en estructura interna.

Un contorno real para algo que antes era solo compulsión flotante


Así nació el ritual:


Un espacio físico. Una esquina de la casa. Una sola pantalla, un teclado, una silla. Ahí estará YouTube, Instagram, Telegram y todos los otros apps.


Nada portátil. Nada inmediato.

Solo allí se responde. Solo allí se conversa.

Le pondré nombre.

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